Culto y Justicia en los Profetas


En un artículo anterior, yo redacte una exegesis a la luz del Hebreo, sacando tres pasajes del libro de Amos que relatan el culto y la justicia, como partes integrales para alcanzar el nivel de relación que todos queremos, y hoy me detengo a hacer un comentario de que opinan los profetas acerca lo que debemos hacer para tener cerca el favor de Dios, tomando de base mi investigación realizada, repasando como era visto estos dos grandes temas culto y justicia. Cuando se leen estos textos, se impone una cuestión Amós, y los profetas en general, ¿son radicalmente hostiles al culto? Hay que matizar la respuesta. Mientras que en su época el culto constituía el medio por excelencia del encuentro con la divinidad para el conjunto de las religiones, todos los profetas (excepto Ageo, Zacarías en parte y Joel) lo criticaron violentamente, intentando sustituirlo, en el orden de las prioridades, por la justicia y la fraternidad. Al obrar así, llevaron a término uno de los aspectos esenciales de la fe de Israel, realizando un desplazamiento teológico fundamental: el Dios de Israel se encuentra ante todo en la historia de los hombres.

Al establecer la justicia como lugar privilegiado para el encuentro con Dios, distinguieron radicalmente la fe de Israel de la de las religiones contemporáneas, haciendo del hombre el camino que lleva a Dios. ¿Hay que deducir de esto que el culto no tiene ya razón de ser? Sería ir demasiado aprisa en nuestro caso. Los profetas, en sus intervenciones, no presentan cursos completos de teología sistemática.
Al parecer, es inconcebible que los profetas hubieran podido imaginarse una sociedad sin culto, un grupo humano que no expresase públicamente las dimensiones esenciales de su vida. La relación con Dios forma parte de esta vida, y el culto es una de las manifestaciones antropológicas esenciales de esta relación. Por tanto, los profetas parecen haber trabajado no por la supresión del culto, sino por un cambio de su función teológica. En su perspectiva, el culto se convierte en la expresión de una relación, de un encuentro que se desarrolla en otra parte: en la vida, en la fraternidad.

El culto tiene su propia especificidad y su autonomía, su dinamismo y sus resortes particulares, pero sin la justicia y la fraternidad previa, queda vacío de todo contenido.
Este desplazamiento teológico fundamental, realizado por los profetas, encontrará en el Nuevo Testamento una prolongación esencial en la persona misma de Jesús, hombre y Dios, y se expresará en las conocidas palabras: “Cuando vayas a presentar tu ofrenda ante el altar, si te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y ve primero a reconciliarte con tu hermano; luego, ven a presentar tu ofrenda" (Mt 5, 23-24; también Mt 25, 31-46).